En un tiempo remoto, escondido entre los frondosos bosques franceses, se encontraba un orfanato de alto prestigio, era de dimensiones desproporcionadas, con una arquitectura gótica excelente, típica de la época renacentista, lúgubre, tenebroso, de pasadizos oscuros, paredes despintadas, arcos apuntados, gárgolas de donde de sus bocas deformes salía un agua turbia y negra durante las largas y fuertes tormentas de los más crueles inviernos.
Era un orfanato religioso, llamado "La Virgen del Carmen" y allí, miles de historias se han contado, por supuesto, de miedo.
Yo viví entre ésas paredes, solo era una adolescente que había pasado toda su infancia en esos aposentos tan deprimentes. La pobreza era nuestro pan de cada día, las chicas estábamos en el ala oeste, y los chicos en el ala este. Las normas eran rectas, las monjas, mujeres amargadas por su vida y que disfrutaban de su existencia torturando a sus alumnas, haciendo los peores crímenes jamás contados en nombre de su creador, su tan fiel divino Dios, no era extraño que muchos de sus alumnos y alumnas prefirieran ir de la mano del diablo que de su santo creador, puesto que lo único que recibían a cambio, haciendo bien o mal, eran golpes de esas brujas, o ir directos a la habitación oscura, así la llamábamos, un pequeño armario donde nos encerraban durante algunos días, sin poder comer ni salir como castigo a cualquier tontería, estaba llena de heces y orina, absolutamente abominable, incluso con vómitos secos. Era repugnante.
No quiero hablar de sus métodos "pedagógicos", quiero hablar de algo mucho más aterrador. Aunque parezca mentira, cuando se es pequeño, te adaptas a cualquier situación, el instinto de supervivencia es más grande que todo lo demás, y al final, después de tantos años, una parece que va acostumbrándose, a ser inteligente y evitar los castigos, escapar de ellos y ayudar a tus compañeras, y por supuesto, devolver el castigo a nuestras "maestras".
Recuerdo que había un largo pasadizo en el ala oeste, donde estaban las habitaciones de las chicas, dormíamos de cinco en cinco, literas delgadas y duras que te rompían la espalda, una fina sábana y una manta áspera era todo nuestro abrigo, y para colmo, nuestro pijama era un fino camisón blanco que se abrochaba con un lacito en la clavícula, para que no se viera nada "pecaminoso" (como si los chicos nos pudieran ver (que estaban en la otra parte de los pasadizos). La comida era tan escasa que todos estábamos delgados, y es que, para esas monjas, la delgadez era símbolo de humildad y el hecho de no haber caído en la tentación del pecado de la comida, de eso no tenían porque preocuparse, todas estábamos en los huesos, y en invierno, el frío era más duro por nuestra delgadez. Nos obligaban a rezar cuando nos levantábamos de la cama, cuando una de las monjas pasaba por cada habitación para despertarnos con su voz ronca y más parecida a la de una bruja. Nos obligaban rezar a las horas de la comida y a la hora de dormir, más los domingos que nos hacían ir a la pequeña capilla que estaba pegada en el lado sur del orfanato.
Ésas mujeres eran peores que brujas, que el demonio en persona, avariciosas, egoístas y unas sádicas. Me acuerdo que con unas compañeras, descubrimos que muchas de ellas guardaban el chocolate que se compraban a escondidas en el pueblo más cercano en su mesita de noche, nos descubrieron y nos obligaron a meternos en una bañera con agua helada para obligarnos a que no dijéramos nada a los secadotes. Otro par de pecadores.
Eran miles las historias de monjes y sacerdotes que vivían allí los cuales habían abusado sexualmente de muchas de nosotras, por suerte, yo no fui una de ellas, pero cuando la noche caía, y los pasos lentos en el pasillo se escuchaban, me ponían la piel de gallina, recuerdo que una vez, el monje Ricardo entró en nuestra habitación y cogió a la fuerza tapándole la boca a una de mis compañeras, todas nos hicimos las dormidas mientras él abusaba de ella sin que pudiera hacer nada, cuando había complacido su más bajo instinto, la dejó allí, llorando silenciosamente en la almohada, con las piernas abiertas, y la sangre manchando las sábanas. Todas aprendimos la lección, nadie volvió a entrar en nuestra habitación, porque, a partir de entonces, poníamos cada noche, detrás de la puerta, una silla inclinada para que hiciera de contra apoyo y no pudieran entrar.
Los pasillos estaban desnudos de cualquier estatua o retrato, ni jarrones ni estupideces, ni siquiera luces. Cada una de nosotras teníamos linternas muy parecidas a las luces de aceite de hace tiempo, porque éstas daban una luz más clara. Si la rompías, te podías olvidar de tener otra hasta el próximo año. Y en verdad eran necesarias, pues solo había luces en las aulas, comedor, habitaciones, y las salas comunes, los baños y pasadizos no tenían ninguna.
Eso sí, las salas comunes, comedor y habitaciones estaban llenas de cruces con Jesús sacrificado, recuerdo que había un enorme cuadro de madera de tres dimensiones con Jesús llorando sangre y mirando fijamente en frente, daba mucho miedo, de ese cuadro también contaban muchas historias de miedo.
Entre historias de miedo y represiones crecí yo con mis compañeras, y aunque no era precisamente un hogar muy cálido, encontré una verdadera amistad con las chicas de allí, con un grupo de chicas, cuatro éramos en total: Clara, Carolina, Alba, y yo: Cristina.
Nos conocíamos des de que éramos pequeñas y éramos como hermanas. Con los chicos, no los veíamos a menudo, puesto que ellos eran instruidos por los monjes, sacerdotes y demás. Los veíamos cuando jugábamos en el patio o cuando íbamos todos de excursión, pero en fin, que no sabíamos lo que era un pito ni una barba. Sin embargo, Mis compañeras y yo nos llevábamos muy bien con otro grupo de allí, eran tres: Julián, Marcos y Francisco. A veces nos escapábamos para hacer una de nuestras aventuras por los alrededores de los bosques todos juntos, ellos se jugaban la piel viniendo a veces a nuestras habitaciones para jugar al escondite o simplemente para hablar. Fue divertido mientras duró.
Pero me acuerdo que, nuestras escapadas juntos, eran para averiguar si las historias de miedo y leyendas que se contaban allí eran reales o simplemente cuentos para asustarnos. Nos hacíamos llamar el grupo Anticristo, muy irónico.
En fin, podría pasarme diez años explicando todas las historias que se contaban allí, pero os explicaré la que por lo menos a nosotros, nos daba más miedo y de la que tuvimos nuestras propias consecuencias....
La historia, que tantas veces nos habían contado algunas compañeras, era la historia de las "Siete Vírgenes". Recuerdo que estando en clase, alguna vez se sacaba este tema, y las monjas, se ponían tensas e intentaban calmar la atmósfera de nerviosismo e interés y morbo que daba esa historia.
Resulta, que en ese orfanato, algo debía pasar para que tantas historias de miedo se contaran, y es que, en verdad, pasaban cosas extrañas, pero vamos, era lo típico, o al menos eso nos hacían creer, como por ejemplo que el reloj del comedor siempre se parara a las tres de la noche, que se escuchara los sollozos de una niña en los baños. También estaba la historia que contaban algunas chicas, aseguraban haber visto más de una vez por la noche, cuando se despertaban para ir al baño, a una niña al final del pasillo, subiendo las escaleras. El baño estaba cerca de ellas, pero el piso de arriba solo tenían autorización los mayores, eran sus aposentos.
A mí me pasó solo una vez. No se porque, pero a la mayoría de personas que les pasó algo parecido, era de noche, y siempre en el ala oeste. Era invierno, y me levanté de noche para ir al baño, nunca me hizo gracia ir sola, pero vi a mis compañeras tan dormidas que me supo mal despertarlas. Recuerdo que el día anterior, nos habían contado la famosa historia de "Las siete vírgenes", la historia, iba sobre siete hermanas que habían vivido allí hacía mucho tiempo, antes de que aquel castillo fuera un orfanato, eran las siete hijas de un monarca muy rico que vivía a las afueras de Francia con su esposa y sus hijas. Cuentan que, una noche de tormenta, unos bandidos saquearon el castillo, al parecer eran enemigos que el monarca se había forjado a fuego, y que para vengarse, los bandidos se apoderaron del castillo, matando a sus habitantes uno por uno y de manera muy cruel. Ataron al monarca y le obligaron a ver como violaban a su mujer y finalmente la degollaban. A él, lo quemaron vivo, no sin antes marcarle con hierro ardiente en sus genitales y ampu tarle todos los miembros de su cuerpo, si fue verdad, debía ser horrible, pero no me lo creí entonces, puesto que sino, habría documentales sobre éste hecho. Finalmente fueron a por sus hijas, que dormían todas en una enorme cama donde cabían sus siete pequeños cuerpecitos de niñas y preadolescentes. Las hijas oyeron los gritos de sus padres al ser asesinados, y todas, al oír los pasos de los bandidos, salieron de la habitación, separándose unas de otras para esconderse en un lugar seguro. Dicen, que la primera en morir fue la que tenia once años, la encontraron en el baño, llorando en uno de los compartimentos, por eso se dice que a veces se escuchaban sollozos en los baños de las chicas.
Las siguientes en morir fueron dos, las encontraron en una de las salas de estar, en la que en mi tiempo, era una habitación para chicas. Acurrucadas en la chimenea, las taparon con dos sacos y las tiraron en las chimeneas, muriendo quemadas y asfixiadas por el humo de sus propios cuerpos. Las siguientes fueron otras dos que encontraron cerca de las ventanas del comedor, detrás de las cortinas de ese tiempo, las tiraron al vacío. Las últimas en morir fueron las más grande y las más pequeña, de siete años, encontradas en el último piso del castillo, acurrucadas dentro de un gran baúl de madera, la más grande tenía dieciséis años, la violaron delante de su hermana, y mientras lo hacían, cogieron a la pequeña y la descuartizaron delante de su hermana mayor, se contaba que los restos de ellas aún se conservan en ése baúl.
La verdad era que, por muy fantasiosa, sádica y horrible que fuera la historia, no me la creía, pero a pesar de todo, mis compañeros/as y yo no podíamos evitar tener escalofríos cuando nos la contaban.
Ese día que fui al baño, aún con la cara de sueño, sentí como la temperatura era más fría de lo normal en frente de la entrada del baño, en ese instante, antes de entrar en él, sentí la sensación de que alguien me estaba observando, y cuando miré hacía mi derecha, hacia las escaleras que subían al segundo piso, vi a una niña rubia, con un camisón como el nuestro que me miraba con odio y curiosidad. En ese momento no le di importancia y la lógica me dijo que era una alumna más que no tenia sueño. Pero al despertar al día siguiente, al recordarme, supe que aquello no podía ser más que el fantasma de una de las siete vírgenes. Un tiempo más tarde, supimos que las llamaban "las siete vírgenes" porque esas niñas, eran conocidas por todas la comunidad del monarca por ser hermosas y bellas, y por tanto, vírgenes y puras, ya que anteriormente, se le daba mucha importancia a la virginidad de la mujer.
En fin, les comenté a mis amigas/os lo que me había pasado y decidimos el próximo sábado, investigar sobre esa leyenda. Las veces anteriores que hacíamos aquello, nunca verificamos que las historias fueran ciertas, y ni siquiera nos pasó nada emocionante, pero el hecho de ir a hacer una actividad como aquella se nos hacía disparar la adrenalina y nos emocionábamos, podéis decirme lo que queráis, pero ¿cómo nos íbamos a comportar cuando nuestras cuidadoras y maestras eran peores que el demonio en persona?
Así que iniciamos la búsqueda. A las doce de la noche, cuando todos ya estaban durmiendo, Francisco, Marcos y Julián llegaron a nuestra habitación con sus respectivas linternas. Hablando en voz baja, nos dirigimos a las escaleras del segundo piso, ésa noche no vimos a ninguna niña observándonos, subimos las escaleras y llegamos a otro largo pasadizo oscuro donde se oían voces y suspiros, no quisimos hacerle caso y seguimos adelante sin mirar atrás, yo iba la primera, y la adrenalina corría rápidamente por mis venas. Íbamos bien abrigados en ése frío lugar y al llegar al final, vimos una escalera de caracol de piedra que nos llevó a una torre con una única habitación llena de polvo. De pronto, cuando Julián entró como último del grupo y cerró la puerta de madera medio carcomida, se oyó como si alguien se riera de nosotros, la voz de una niña. Todos nos quedamos con el corazón encogido, sudando a pesar del frío y en silencio, temblando, obligándonos a creer que aquello no era más que imaginación nuestra. Empezamos a curiosear no sin tener el miedo pegado a nuestra piel cuando de pronto, entre maderas y objetos antiguos, descubrí un enorme baúl muy antiguo, con unos grabados preciosos aunque lleno de polvo. Intenté sacarlo de entre los escombros pero pesaba demasiado, así que les pedí a Julián y Marcos que me ayudaran. Lo pusimos en medio de la habitación, todos nos miramos con expectación, pero aunque no quería creer que aquél era el baúl donde las dos hermanas se escondieron, algo se lo creía, el silencio se adueñó de la habitación, se podían oír nuestros corazón latiendo a mil por hora, todos tensos, hasta que Marcos y Francisco decidieron abrir el baúl, estaba cerrado y tuvieron que forzar un poco hasta que, cuando lo abrieron, de pronto, un relámpago sonó tan fuerte que pareció caer en la misma torre, una ráfaga de viento abrió la única ventana de la torre abriendo el baúl de golpe, otra ráfaga de viento muy violento se volvió a adueñar de la torre y empujó el baúl hacia un lado, tirándolo hacia a bajo, y en ese momento, mientras observábamos con pavor lo que estaba ocurriendo, vimos como del baúl, caía al suelo algo cubierto por una tela de terciopelo. Al acabar el viento, nos acercamos, Julián cogió aquél extraño objeto y le quitó la tela, al ver lo que era, el miedo fue tan grande que no pudo evitar tirarlo al suelo inmediatamente, debajo de la tela, había una mandíbula humana algo pequeña, parecía el de una niña. La puerta se cerró de golpe y todos gritamos de miedo, corrimos hacia la puerta y empezamos a golpearla con fuerza, se me rompió la linterna, y cuando el viento cesó de pronto, oímos pegados a nuestro oído como si alguien respirara lentamente, muy profundamente, nos giramos, pero allí no había nada, en vez de eso, en un espejo de cuerpo entero al final de la habitación, se reflejó una niña de unos dieciséis años, con la cara tapada por su pelo negro, vestida de blanco y manchada de sangre debajo de la barriga, nos miró, y enloquecimos de miedo al ver como sus ojos eran como dos luces pequeñas, como sus manos blancas no tenían uñas y sangraban, y por último, cómo en la comisura de sus labios había dos cortes agrandando aquella boca que parecía la de un payaso, sonriéndonos, como si tuviera la certeza de que no volveríamos a ver la luz del sol. No puedo negarlo, pensé que iba a morir allí, lloré, grité como una desesperada y los golpes de la puerta de mis compañeros eran tan fuertes que por fin la puerta cedió, detrás, unas monjas habían abierto la puerta y nos miraron sorprendidas, el castigo iba a ser muy grande, pero al menos, estábamos a salvo.
Al día siguiente, estuvimos dos horas y media en el despacho de la superiora, intentando explicar una locura que ni dios creería, y el castigo, fue que nos quedaríamos despiertos hasta las dos de la noche limpiando los baños... que ilusión.
La noche de los baños fue la más terrorífica de toda mi vida y aún hoy dudo en si fue real o solo la locura de no soportar aquella situación, fuese cual fuese el caso, lo ocurrido fue simplemente escalofriante.
Esa noche, los chicos en el ala este, hacían su trabajo y nosotras en el ala oeste, cerca de las famosas escaleras. Por suerte estábamos las cuatro juntas, y eso nos daba fuerzas, yo tenía que pedir alguna vez la linterna de una de mis compañeras porque la mía se había roto en la torre. Pero acabamos más pronto de lo normal, todos ya dormían, y las monjas no se quedaron a ver lo que hacíamos. De hecho no acabamos la tarea, puesto que nos entró como una especie de psicosis cuando Carol dijo: ¿Alguien está llorando?
Escuchamos como si alguien llorara, miramos por todas partes pero no vimos a nadie, y no quisimos quedarnos allí para averiguarlo, así que volvimos a nuestras habitaciones, pusimos la silla en la puerta y nos fuimos a dormir en medio del ruido atronador de una de las peores tormentas que he vivido jamás. Las habitaciones tenían una sola ventana de cristal, sin persianas, y se podía observar incluso en la cama, como la lluvia impactaba en el cristal, a ráfagas violentas de viento, y relámpagos y truenos que no nos dejaban dormir, pero quien sabe porqué, yo quedé profundamente dormida a pesar de todo, quizás por el cansancio de aquellas últimas horas y el impacto de todo.
Sin embargo, a las tres de la noche me desperté por el ruido de un fuerte trueno, la luz del relámpago iluminó toda la habitación. Me desperté sobresaltada, y con el miedo pegado en mi piel, de pronto, escuché como si alguien llamara mi nombre en voz baja, y me sobresalté aún más, me giré a mis espaldas, pero no había nadie en mi cama. Salté de la litera, y descubrí con horror que estaba sola en la habitación, mis compañeras no estaban en ella, la silla estaba a un lado de la puerta, ¿habían salido?
Tenía miedo y frío, y decidí no quedarme allí para saber lo que estaba pasando, me decidí cuando de pronto, volví a escuchar mi voz retumbando por la habitación, corrí hacia la puerta y salí al pasadizo con la respiración agitada, cerré la puerta y miré al fondo del pasillo. Lo más seguro era que estuvieran en la habitación de los chicos. Empecé a caminar por el pasillo descalza, cuando volví a escuchar una voz que decía: “Cristina...” Me giré hacia atrás, y al fondo del pasillo, en las escaleras, vi a la misma niña que aquella vez que fui al baño de noche, era pequeña, de unos diez años, y me miraba con su camisón blanco, me sonrió, y empecé a correr como una desesperada. De pronto, empecé a ver sombras por las paredes de los pasillos, un grupo de personas se acercaban se cesar, llegué a las escaleras que conducían a la parte oeste, cuando de pronto, alguien me tapó la boca y me obligó a esconderme, era Carol, que impidió que mi grito se oyera hasta el otro extremo del castillo. Escondidas debajo las escaleras, vimos como una plaga de niñas se arrastraban por el suelo como si fueran reptiles y se colaban en las habitaciones de las alumnas. Corrían moviendo sus cuerpos como lagartos, con el pelo negro arrastrando por el suelo, delante de su cara, dejando un rastro de sangre, haciendo un ruido tan aguda que se me erizaba la piel. De pronto, empezaron a oírse gritos de dolor y miedo, empezaron a salir de las habitaciones las alumnas con sus camisones blancos, corriendo como si les fuera la vida, espantadas, aquellas niñas que se arrastraban por el suelo las cogían por el pelo, las degollaban, se las comían... mi respiración era agitada, y mis ojos se abrieron como platos, mi corazón se paralizó por un momento al ver aquella locura y monstruosidad, ¡dios mío! ¡Que era todo aquello! Muchas llevaban sus linternas, y detrás, una niña monstruosa las perseguía para devorarlas, el pasillo se convirtió en un caos, todos gritando, las monjas bajaron para saber lo que estaba ocurriendo, y se taparon la boca ante aquella monstruosidad, también algunas fueron cogidas por aquellas niñas reptiles. Carol y yo empezamos a temblar de miedo, me cogió de la mano y me obligó a ponerme en pie.
_ ¡Ahora es el momento de salir de aquí!
La miré espantada, nos miramos unos segundos, y por un momento, nos despedimos con la mirada, como si las dos supiéramos que aquella noche íbamos a morir.
_Tenemos que ir a buscar a los demás.
Dijo ella gritándome por aquel barullo. Le cogí la mano, y quise arrastrarla para que nos fuéramos de allí. Pero ella se negó y subió las escaleras para ir en busca de nuestros amigos.
La seguí a regañadientes, a pesar de que sabía que nos estábamos jugando la vida, en el segundo piso, el caos también era presente. Nos pegamos a las paredes para pasar más inadvertidas, cuando Carol abrió su linterna.
Cristina: ¡Apágala!
Le dije con todas mis fuerzas, fue demasiado tarde, una niña se arrastraba hacia nosotras a gran velocidad y gritando con todas sus fuerzas, mostrándonos sus enormes dientes y agujeros en lugar de ojos. Empezamos a correr con todas nuestras fuerzas, la niña nos iba ganando terreno cuando de pronto, alguien abrió la puerta de su habitación y nos cogieron por el brazo y nos obligaron a entrar. Eran los chicos. Carol se abalanzó a Marcos muerta de miedo mientras Julián y Francisco ponían en la puerta una silla para que no pudieran entrar.
Julián: ¡No encendáis ni una sola luz!
Dijo tan asustado como los demás. Allí, acurrucadas en una cama, estaban Alba y Clara.
_ ¡¿Que está pasando?!
Dije asustada y acercándome a mis amigas.
Me acurruqué en su regazo, y me contaron que, sobre las tres, las tres habían oído como si alguien las llamaran y se despertaron sobre saltadas. De pronto, vieron que Clara no estaba en la habitación y salieron a buscarla, vieron que alguien estaba merodeando por los pasillos, y al ver que eran aquellos monstruos se quedaron petrificadas, vieron como una de esas niñas malditas llevaba a Clara por la muñeca, arrastrándola a la oscuridad, Carol y Alba fueron a ayudarla, y ni siquiera hoy sé cómo consiguieron deshacerse de ella y no salir muertas. Se dirigieron a la habitación de los niños y Carol había vuelto a por mí. Detrás de la puerta, los gritos y el caos era cada vez más evidente, no podía entenderlo, ¿que estaba pasando realmente? Pero de pronto, alguien empezó a aporrear la puerta y lanzamos gritos de miedo. Arañazos y desesperación se oían detrás de la puerta, y Marcos, Julián y Francisco corrieron hacia ella para soportar los golpes y la puerta no cesara, arrastraron el armario hacia allí y mientras aguantaban, de pronto me quedé en blanco y mi corazón se heló cuando miré hacia la ventana, allí, boca abajo, con el pelo cayendo en una cortina de sangre, mirándonos con una sonrisa fatal en los labios, había una niña que nos observaba con diversión, sádica, llena de sangre. Se estampó contra el cristal, todas gritamos, pero cuando los niños se acercaron, la puerta cedió y entró por ella dos niñas reptiles. Mi instinto de supervivencia me hizo esconderme entre los muelles de la cama y el colchón, mientras oía los gritos de mis amigas y amigos, los gritos de agonía, chasquidos, sangre, risas y gritos de ésas malditas niñas... Estuve allí una hora exacta. Y cuando pensé que ya no había nadie, salí poco a poco de mi escondite, lo que vi fue el peor trauma de mi vida... los cuerpos sin vida de mis amigos... El cuerpo de Marcos clavado en uno de los pies de la litera, con los ojos abiertos, me hizo gritar, las lágrimas corrían por mis mejillas sin cesar, Clara en el suelo apoyada en una pared, inerte, con un hilo de sangre en su boca, y sus tripas por fuera.... Alba estaba debajo de Francisco, que la había intentado proteger, apenas pude reconocerlos porque estaban todos mutilados... y Julián y Carol sin cabeza. Miré por la ventana, y vi que había una gran altura, cogí las sábanas, las até, caí por el tejado, bajé una enredadera y salí de allí corriendo, corrí y dormí por el bosque tres días y dos noches, hasta que encontré la carretera, y allí me quedé sin fuerzas, cayendo en una oscuridad absoluta, y recuerdos que jamás olvidaría...
Me desperté en un hospital, pidieron mi nombre, edad y de donde venía, nadie había sobrevivido, y por lo que me dijeron, ése internado nunca había existido... ¿Entonces, que había pasado? ¿Estaba loca? ¿De donde venía yo?
Estuve en los servicios sociales tres años hasta que cumplí los dieciocho y pude cuidar de mí misma, cada noche y día me atormentaban las imágenes de mis amigos, aquellos monstruos y los recuerdos de una vida pasada que nunca tuve, ¿de verdad nunca la tuve?
Esa pregunta me pasó por la cabeza muchas veces y la incomprensión y la locura se hacían presente cada día más, me ingresaron en los psiquiatras muchas veces, esquizofrenia, eso era lo que decían ellos. Los llegué a creer hasta que, después de tres meses de estar ingresada en el psiquiatra, me dieron el alta y volví a mi pequeña casita, después de cinco años de todo lo ocurrido, y el buzón, encontré una página arrancada de un diario, donde salía una foto del internado desde las alturas, escondido entre los bosques franceses, el castillo estaba muy deteriorado y apenas se conservaban las paredes, y un título en negro que ponía: “Hallazgo de un castillo medieval en los bosques franceses”
Detrás de la hoja, con letras rojas ponía: “La próxima eres tú”.